martes, diciembre 19, 2006

Navidad Hispana

La primera vez que vi este texto fue en la sala común del edificio donde vivía en Nuevo México. Alguien había dejado la letra en una de las mesas y me fascinó por su hibridez perfectamente conciliada. Una transición imperceptible entre idiomas y culturas, como la que se vive a diario en esas tierras.

Tejano Night Before Christmas

'Twas the night before Christmas and all through the casa,
Not a creature was stirring -- Caramba! Qué pasa?
Los niños were tucked away in their camas,
Some in camisas and some in pijamas,
While hanging the stockings with mucho cuidado
In hopes that old Santa would feel obligado
To bring all children, both buenos and malos,
A nice batch of dulces and other regalos.
Outside in the yard there arose such a grito
That I jumped to my feet like a frightened cabrito.
I ran to the window and looked out afuera,
And who in the world do you think quién era?
Saint Nick in a sleigh and a big red sombrero
Came dashing along like a crazy bombero.
And pulling his sleigh instead of venados
Were eight little burros approaching volados.
I watched as they came and this quaint little hombre
Was shouting and whistling and calling by nombre
"Ay Pancho, ay Pepe, ay Chucho, ay Beto,
Ay Chato, ay Chopo, Macuco, y Nieto!"
Then standing erect with his hands on his pecho
He flew to the top of our very own techo.
With his round little belly like a bowl of jalea,
He struggled to squeeze down our old chimenea,
then huffing and puffing at last in our sala,
With soot smeared all over his red suit de gala,
He filled all the stockings with lovely regalos
For none of the niños had been very malos.
Then chuckling aloud, seeming very contento,
He turned like a flash and was gone like the viento.
And I heard him exclaim, and this is verdad,
Merry Christmas to all, and Feliz Navidad!

viernes, noviembre 24, 2006

Lindo Cascarón

Quizás, en cierto modo, sí nací de nuevo.

Hoy, como otros viernes, hacia el final de la tarde en la estación esperando el tren de vuelta. El frío en la cara es bienvenido y me despierta de esta noche temprana que comienza pasada las 3.30 de la tarde.

Vivo más de noche que de día.

Quizás, también por eso, el mundo parece perder a veces su forma inteligible y transformarse en un juego de sombras que llego a mirar con franco terror. Nada tiene las proporciones familiares. Todas estas sombras se proyectan las 5 millas que separan mi casa del campus y llegan en la noche a acompañarme en la vigilia, como una cinta proyectada en forma continua e interminable.

Todo bajo el telón de la incertidumbre.

Este dedito escribió un ensayito.
Éste lo felicitó.
Éste lo encontró original.
Éste lo dio a conocer
Y este gordo cochino… todo el sistema cambió.

Lindo cascarón.

Dulces palabras que me fueron regaladas para decir refugio, certeza, presencia. Todo lo que se extraña cuando ya nada es lo que se creía y poco vale lo que se pensaba. Cuando el horizonte deja ver un abismo con cierta posibilidad de fracaso, la realidad ya no parece un juego y me encuentra añorando espacios en los que sabía lo que tenía que saber, escribía lo que tenía sentido, y arriesgaba dispuesta a ganar.

Pero. Aquí vamos, transitando los caminos de mano de la humildad y aprendiendo que todo conocimiento implica compromiso, convicción, reordenamiento. Armarlo y rearmarse, iniciarse en las maneras de la Otra Orilla.

Aprendiendo a ser en Otredad.

domingo, octubre 29, 2006

El Boot Market

Vengo llegando del mercado que se hace en el estacionamiento de la estación de trenes todos los domingos. Cada vendedor llega con su auto, van o camión, ocupa uno de los espacios designados y despliega sus mercancías para la venta.

Esta feria tiene algo de carnavalesco y apocalíptico. El afán de vender transforma a los herméticos ingleses en seres altamente locuaces, dispuestos a compartir su experiencia respecto al uso de los artefactos o bienes a la venta. “Ese Tesauro te será de inmensa ayuda”; “Excelente libro. ¿Eres tú historiadora?”. Todo tipo de personajes proliferan en este lugar: las niñas hippies que rematan hileras de ropas coloridas, las familias que ofrecen la casa entera, exponiendo muebles, alfombras, lámparas y sillones; los viejos solos que venden botellas de todos los colores y tamaños, y uno que otro dedicado a precisas colecciones de maquinaria antigua, que exhibe orgulloso y lupa en mano para garantizar la funcionalidad de sus cámaras de foto, relojes de mesa y cosas por el estilo; la pareja que se instala en sillas de playa a tomar vino mientras dictan con convicción rotunda los precios a los que venden fuentes de loza, platos de peltre y cajitas de adorno; los enérgicos vendedores de fruta que ofrecen a viva voz las promociones del día, junto al puesto del griego que vende aceitunas, y descoloca a todos los gringos diciéndoles “Quiere probar una?”.

Entre todos estos personajes se forma una complicidad festiva que contagia a los concurrentes, de modo que durante la mañana del domingo, en el estacionamiento de la estación de trenes, las convenciones sociales parecen quedarse fuera y todos entran dispuestos a bromear con desconocidos, a mezclarse con los otros, a confiarle a una vendedora con cara de mística un particular mal y seguir su consejo, a escuchar las historias de un vendedor y su disco. A integrarse personalmente en el intercambio de bienes previamente personales.

Lo que me lleva a un segundo punto.

Todas las cosas que se venden en esta feria proceden del desmantelamiento de un hogar. Lo primero que compré en el mercado fueron libros. Y lo primero que me impresionó fue que alguien que alguna vez se hubiera interesado en comprar esos libros, de referencia obligada y constante para cualquier interesado en la materia y, por ende, no desechables, quisiera deshacerse de ellos. Resultó, sin embargo, que muchas veces no eran los dueños en cuestión los que vendían sus cosas, sino sus herederos, lo cual me dejó pensando… en el fin del tiempo pasado.

El fin del tiempo transcurrido, el borrón y cuenta nueva de las nuevas generaciones que llenan sus casas de muebles comprados en oferta y se deshacen del kitsch amanerado de las casas de antes, de las teteras con ribetes dorados, de los sillones estampados con flores, prefiriendo una línea minimalista y ahistórica. Qué implicancias sociales y políticas tienen nuestras preferencias por líneas de diseño que se abstraen de su entorno cultural y político? Estos objetos decorativos, desde su neutralidad, permiten una convivencia de lo ecléctico y multicultural sin mayor disonancia en los espacios, pero muchas veces también sin mayor identidad.

En fin. Dispersamente, quiero llegar a una impresión que me dio el mercado: la democratización del legado familiar. Atribuible, supongo, al predominio de la familia celular por sobre la familia extendida, en este segmento de la población inglesa se traduce en una aparente ausencia de legitimación histórica familiar. La mitificación y fetichización de la cultura material que se hereda de generación en generación parece haberse esfumado del imaginario colectivo de estas personas, ocupadas en vivir en caros y reducidos espacios que les impiden constituirse en continuadores del legado familiar. Los talismanes familiares, entonces, se dispersan y se transforman en bienes de consumo, de manera que en la feria puede adquirirse fotos de ancestros anónimos, catalejos de algún abuelo que añoraba sus años de navegante, mapas y guías de viaje del tío trotamundos, libros infantiles de los niños de la casa, teteras y lámparas de antiguas parientas solteronas.

Menos aspiracionales, más conscientes de que la legitimidad histórica es un privilegio dado por el poder? Más democráticos en su propósito de redistribución de cultura material histórica? Seguiré yendo, domingo a domingo, a ver si entre tanto carnaval se revela una respuesta.

sábado, octubre 07, 2006

Moon Festival

Hoy viernes estuvimos de fiesta en la casa. Nuestra integrante taiwanesa invitó a todos a participar de una festividad china en honor a la luna, que normalmente congrega a toda la familia en torno a un asado.

Sin embargo, debido al clima nuestra celebración tomó la forma de otro plato chino, el hot pot. Básicamente, ollas humeantes de caldo picante en las que todo tipo de alimentos se van cocinando: tofu, hojas de repollo, choclos, dientes de dragón, carne, pollo y fideos de arroz dispuestos en platos esperan ser metidos dentro de estas ollas.

El asunto funciona como una comida interactiva en la que cada comensal se levanta de la mesa, pone a cocinar sus alimentos y luego se los sirve, para terminar condimentándolos con una salsa espesa que a su vez lleva cebollín, ají pico de gallo y ajo crudo.

Yo fui la encargada oficial de lo bebible, por lo que me tomé muy en serio mi papel y volví con un invaluable y extrañamente barato Casillero del Diablo, además de jugos varios muy agradecidos por los musulmanes de la casa.

Más allá de lo agradable que es no tener que cocinarse una noche, la comida estuvo realmente exquisita y, de a poco, todos los habitantes de la casa fueron sumándose a la celebración, algunos incluso trayendo a sus amigos.

Fue un momento demasiado agradable. Todos conversando, todos compartiendo y, más tarde, lavando, ordenando y limpiando la cocina. Fue la primera vez que realmente hubo espíritu de casa.

Esta noche se celebra porque es el momento en el que la luna se ve más grande en todo el año. Se le recuerda a través de una historia que vincula a tres personajes que habitan las planicies lunares: un hombre condenado a cortar un árbol cuya corteza jamás se rompe, una mujer que robó un elixir de la eterna juventud y un conejo que machaca las hierbas de las que se produce dicho elixir.

Lo importante, sin embargo, es la posibilidad que da esta fiesta de reunir a toda la familia en torno a una celebración, momento que aprovechamos nosotros para ahondar en conversaciones y conocer un poco mejor las vidas de los demás: varios llegan acá en pareja, ambos a estudiar. Otros dejaron pololos, esposos, hasta un pequeñísimo hijo… Cuánto se gana, cuánto se deja. Cuánto pretendemos lograr para que haya valido la pena la distancia, la espera, la ausencia.

Aventuras en la Micro

Si hay algo de lo que los propios ingleses se quejan en su país es el transporte público. Visto desde mi realidad, a mí me parece perfecto: cada parada estipula claramente qué buses se detienen y cuántos minutos faltan para que llegue cada bus; a su vez, los buses se detienen sólo en las paradas designadas y no recogen ni dejan a nadie fuera de ellas; y, por último, jamás pasan los 40 kilómetros por hora, lo que significa que una lata de bebida puede permanecer en pie sin ningún soporte durante un trayecto completo.

Los invito a cerrar los ojos e imaginarse por un momento una micro sin frenadas abruptas.

En los buses, de dos pisos, los ingleses siempre van a preferir sentarse en una corrida de asientos vacíos antes de compartir el viaje con otra persona. La diferencia con los chilenos es que los ingleses ocupan el asiento de la ventana, porque no existe el peligro de que llegue alguien que se siente del lado del pasillo y te asalte subrepticiamente, dejándote sin celular, plata o incluso mochila.

Ya que el dicho dice que “en Roma hay que actuar como los romanos”, el otro día me volvía a la casa en bus y me puse del lado de la ventana. En una de las tantas paradas que hace el bus antes de mi destino (me toma alrededor de 20 minutos llegar de la U a la parada cerca de mi casa), se subió una señora que me pareció extraña y se sentó al lado mío.

Al principio me llamó la atención porque se subió al bus hablando incesantemente, sin ninguna pausa. En cuanto se sentó, noté el pase libre para el bus. Y en lo que siguió, presencié un interminable ciclo de letanías, sollozos, reproducción de conversaciones que – según me pareció- alguna vez escuchó de su madre, sacarse la placa y escarbarla, sacarse los mocos, tocarse el pelo, agarrarse la cabeza y nuevamente volver a las letanías.

Mi primera reacción fue de sorpresa e incluso rechazo ante las actitudes de mi vecina de asiento. Pero a la vez, sentí respeto por el sistema de este país, capaz de integrar a su realidad cotidiana a quienes escapan tan visiblemente de la norma.

En general, las enfermedades mentales son lejos nuestro peor temor. La sola posibilidad de perder el control sobre nuestros impulsos deja helada a la mayoría de la gente. La terrible fortuna de sufrir una enfermedad mental condena al afectado al exilio del presente, pasando a ser recordado solamente a traves de su pasado "sano". La locura, sin embargo, no es disfuncional en sí; es la consciente omisión de ella lo que sí resulta disfuncional y patológico.

A lo que voy es a que no había nada de malo en que esa mujer murmurara letanías, sollozara, escarbara su placa y se sacara los mocos. El problema era que mi estructura mental me impedía concebir que ese tipo de conductas pudieran ocurrir en el espacio público. Porque, para mí, el espacio público es un lugar de norma.

Hasta entonces, nunca había estado consciente de lo dictatorial de nuestro concepto de espacio público. No me había percatado del rígido canon que se impone a todo aquél que desee acceder a dicho espacio. Porque no lo consideramos un derecho de todo ciudadano, sino un privilegio de los que alcanzan los mínimos requisitos de “normalidad” que imponemos desde nuestra inseguridad colectiva.

Lo que vi ese día en el bus me mostró un país sin complejos (en este ámbito), capaz de mostrar a sus ciudadanos distintas formas de habitar la realidad. La posibilidad de integración que se le da a una persona que vive una condición de percepción alterna, otorgándole un grado de autonomía coherente con sus capacidades, es tan benigna para esa persona como para el resto de los habitantes, que crecen cara a cara con lo diverso, pudiendo desenvolverse en un mundo más honesto, que conjuga sin conflictos sus extremos antitéticos.

viernes, octubre 06, 2006

Un Alto

Imposible no hacer un alto en el camino. Dicen que todo plazo se cumple y éste prometía llegar hacía tiempo. Y aquí se instala, como una verdad feliz pero que aún me parece extraña: mi hermana se casa.

La cabra chica molestosa que nunca me dejaba tranquila cuando yo quería jugar sola; la niñita agrandada que reclamaba su autogobierno; la personita dulce, noble y maravillosa que emergió de sí misma, aprendiendo a ocupar esa inmensa energía y convicción vital que la distinguen.
Siempre me ha impresionado que una persona tan chica y tan flaca tenga tanto carácter. Pero aún más me admira su capacidad de evolución, la voluntad con la que cada día se acerca más a lo que quiere ser, humanamente hablando.

Es difícil pensar la vida sin la cotidianeidad de su presencia. Detalles como compartir el baño asientan una relación tan profunda como la fraternidad en un cómodo terreno que permite vivir el vínculo como un juego, sin solemnidades.

Parece increíble pensar que llegará un día en que habremos vivido más tiempo separadas que juntas. La ilusión de las similitudes va dando paso a estos nuevos caminos paralelos, en los que inexorablemente nos diferenciamos, separamos, adecuamos los espacios para ser lo proyectado.

Termina la cotidianeidad y comienza la ocasionalidad. Y como siempre que se sale de una etapa que ha durado toda la vida, parece haber sido un sueño. Quizás nunca vivimos juntas. Quizás éste es el primer momento de vigilia y te despiertas feliz ante lo que espera y yo feliz por ti, y no hay nada que extrañar porque nada ha sido aún y lo que será, será para siempre.

Shock Cultural I

No llevo ni dos días aquí todavía y ya me bajan las nostalgias. Es cierto que uno nunca es más lo-que-es que cuando está entre los-que-no-son-lo-que-uno-es. No es ninguna gracia definirse por contraposición. Demasiado evidente… pero así es.

Nunca me he sentido más latina que ahora que no estoy en mi país (que no quiero entender como estructura político-administrativa sino como órgano cultural). Nuevo México fue distinto, porque había más latinos y nunca me faltó un cable que me llevara de vuelta a tierras más cálidas.

Nostalgia. El solo hecho de sentir nostalgia de lo propio tan pronto me latiniza. Nostalgia al entrar a una casa en la que nadie sale de sus piezas para presentarse a los nuevos, para conocerse. Nostalgia del contacto físico al que estamos acostumbrados, el beso de saludo, el abrazo entre los amigos, la mano empática en el hombro. El hacerse presente en el espacio físico del otro.
Se me viene a la memoria el triste testimonio de un hombre; puede haber sido el personaje de un libro. Decía que a veces atropellaba a la gente, o los empujaba, sólo por la necesidad de sentir un cuerpo contra el suyo. Y pienso en eso.

Sin contacto físico, las relaciones se vuelven etéreas. Todo es estructura, contención, no entrar ni verbal ni físicamente en el territorio del otro. Y claro, es sumamente correcto. Pero también sumamente aburrido.

El punto es que hoy me di cuenta de que no había tocado a nadie desde que estoy aquí y me bajó la paranoia, la necesidad de algún contacto físico que me bajara a la realidad de lo táctil, que me devolviera la certidumbre de la existencia. Regalo de la casualidad, cuando volvía caminando con mi compañera de casa hindú hoy en la tarde, me corrí para esquivar a otro caminante y choqué levemente contra ella.

Qué alivio más grande.

martes, agosto 08, 2006

Proyección y transmisión

Mi pobre perra tiene síndrome de abandono.
La quiero como a pocos seres vivos, pero poco le sirve para palear el fantasma de la familia discontinua.

Esta pelotita blanca llegó justo cuando comenzaron nuestros periódicos peregrinajes de uno a otro progenitor, y nos acompañó en la mayoría de nuestros viajes entre Punta Arenas y Santiago, y Santiago y Punta Arenas.

Tanto así, que los viajes impactaron su joven memoria canina y cada vez que había una maleta, bolso o mochila de viaje en la casa, ella insistía en dormir encima, o dentro, de poder ser. No importaba si era un bolso para ir por el fin de semana a la playa, o una maleta más nutrida para las vacaciones. Este dulce can luchaba por incluirse hasta el último instante, sin abandonar su estratégica posición hasta que el bolso comenzaba a moverse.

Qué fantasmas se habrían cultivado en aquella cabecita? Cuánto del imaginario familiar, de los miedos colectivos, habrían sido transmitidos a esta inocente mascota? Cuánto de las vivencias le habrían impresionado a su corta edad y cuánto proyectamos y curamos en nosotros al preocuparnos de no herir a esta sensible existencia con nuestras escapadas?

Suficiente tiempo ha pasado ya. Los peregrinajes ocurren sólo en honor a la nostalgia y cada vez más surgen otras instancias de viaje. Perritz ya está vieja y más cansada, y no alcanza a ponerse ansiosa ante la ausencia de algún espiral de la tríada. Pero, más allá de la calma que trae la vejez, pienso que hace tiempo ya sabe que está en casa.

domingo, julio 09, 2006

Destejiendo

Abstract
(Maltrecho el ego por su herida de espera, se pasea inquieto sin saber lo que busca. La virtuosa Penélope despierta desde el ancestral imaginario y se planta enfrente. Con su des-tejido, con su convicción inmutable, concreta el vago malestar del ego herido en una verdad que atenta la egórbita: ser un “quedado” por razones que la razón desconoce).
A propósito de una ausencia importante en mi vida, por estos días el tema de la espera me ronda en todas partes.
Deber ser, verdad, prejuicio e ideal se entrelazan en este tejido, en el que ya he adquirido mi dosis de experticia. Experticia en la operación, porque el resultado en sí nunca ha sido muy satisfactorio. Afortunadamente, el tiempo no pasa en vano y algo de claridad voy ganando en cada repetición. La resistencia y la negación a mi papel penelopesco han quedado en el pasado y finalmente, he resuelto intentar entender este lado oscuro de la moneda; probarme estos zapatos que nunca quise. En palabras menos cómodas, ser de una vez la que se queda.

(Los idos versus los quedados
Camarón que se duerme se lo lleva la corriente
Este mundo es de los vivos.
El que pestañea pierde)

En este mundo, el "vivo" es el "ido"; y el "ido" es el exitoso. Todos queremos ser vivos y todos queremos ser exitosos; por ende, todos queremos ser "idos". Parte de nuestra educación social es inculcarnos un ego suficiente que nos permita ser ambiciosos, tener planes personales que nos impulsen a seguir un curso determinado de acción y decisión en nuestras vidas.
Lo difícil es cuando, por diversos motivos, este curso debe ser -o vale la pena ser- alterado.

Como típica hija de familias inmigrantes, fui educada en el típico colegio heredero de una larga tradición extranjera en cuanto a disciplina, éxito y paridad de géneros. Una educación cuyo corolario es priorizarse siempre sobre el resto, amparándose en el supuesto de que el mayor favor que se puede hacer al mundo es explotar nuestro valioso potencial personal de pequeños einsteins, borges, mozarts y van goghs.
Como buen producto de mi sistema, sigo este credo por defecto -a mucha deshonra-, tendiendo naturalmente a priorizar la consecución de logros y a pensarme como un ser con su propia órbita.
Dentro de esta concepción, la bachelorette independiente, desligada y profesional en sus afectos siempre será más deseable que la clásica Penélope. Es por eso que la sola referencia a mi situación de espera provoca la alerta de todos los sensores de ambición colocados estratégicamente a lo largo de mi construcción de ser.
Según La Odisea de Homero, Penélope esperó durante diez años el regreso de su esposo Ulises. Al verla sin compañero, diversos pretendientes comenzaron a frecuentar su casa, atraídos tanto por su fortuna como por su belleza, en la esperanza de que escogiera a alguno de ellos como nuevo esposo. Con habilidad y sutileza, Penélope postergó la decisión, convencida de que Ulises volvería, prometiendo que tomaría una decisión cuando terminase de tejer el sudario que confeccionaba para el anciano padre de Ulises, Laertes. Cada noche, sin embargo, desarmaba el trabajo del día para retomarlo al día siguiente, de manera que nunca terminaba de tejer.
De buenas a primeras, la imagen de Penélope no resulta la comparación más satisfactoria para una mujer, considerando todos los esfuerzos del patético ego por proyectar una imagen cool de control y cortés desprendimiento de todo lo que no sea El Cultivo del Potencial Personal.
Pero Penélope es justamente reaccionaria por erradicar el halo de ausencia que rodea todas las relaciones que orbitan el egocentrismo. Y lo hace de la forma más difícil: comprometiéndose en la espera.
Para los que jamás lo hayan experimentado, no hay nada más vulnerable que comprometerse en la espera; que decidir destinar aguas propias a la concreción de un cauce más grande sin sujeción a reciprocidades.
Penélope, sin embargo, es capaz de ver más allá de su ego maltrecho, conociendo el deseo profundo de su corazón y manteniéndose fiel a su verdad, a pesar de lo que dijeran a su alrededor y a pesar de lo que le dictaba el sentido común. Diez años habían pasado desde el comienzo de la guerra, muchos habían vuelto ya y se reclamaba un sucesor que administrara las riquezas de Ulises, despilfarradas hasta entonces por pretendientes oportunistas. Abstraída del deber ser dictaminado por sus propias expectativas, Penélope esperaba al hombre que amaba porque comprendía que su realización no venía dada por la lealtad a la idea, sino a las verdades que subyacían a su ser.
Más que la eterna tejedora, Penélope es la eterna des-tejedora, representando el relato que se desenreda y vuelve a la fuente original que lo genera. No importa su creciente destreza en el hacer, ni la perfección de la obra realizada cada día, porque su tejido es importante sólo en tanto se desarma: cada noche, el des-tejido le permite volver sobre el tiempo que la separa de Ulises y, desde esta presencia convocada, renueva su convicción de amor por el "ido".
Así, Penélope se regala a la causa de su corazón, sin temer que su cauce se vea comprometido (entendiendo "compromiso" como daño o aflicción) por estar comprometida (entendiendo "compromiso" como vínculo que implica responsabilidad). Porque comprometerse es justamente eso: permitir ser tocado por un otro, generando vínculos de entrada al propio ser que implican, indefectiblemente, volverse vulnerable.

miércoles, julio 05, 2006

Los Mesías Ilustrados

No hice más que entrar a Historia y comenzar a escucharlo: somos los privilegiados, los vínculos entre el pasado y el presente, los que sabemos de dónde venimos para saber a dónde vamos.
Como tantas otras carreras relacionadas con el hombre y la sociedad, la disciplina histórica se funda en el compromiso social.

Tras la breve etapa de sentir que la elección de carrera no fue sólo un acierto profesional, sino de vida, de sentido y de enfoque, los egos comienzan lentamente a enfriarse cuando se mira alrededor y se nota que todas las carreras imparten el subliminal ramo de deificación de la profesión enseñada.

Sólo en mi área, pienso en los historiadores, que constantemente se vindican como los periodistas del contenido profundo y se llenan de pretensiones de verdad en su calidad de directos interrogadores del pasado; la eterna división entre historiadores del arte y estetas; entre estetas y críticos; en la soberanía de los arquitectos sobre los temas de ciudad y los estudios urbanos.

El considerar una profesión como indispensable pasa por una ingenuidad narcisa que denuncia el localismo extremo en que se funda la mayoría de los estudios universitarios. La ilusión de explicarse o estructurar la realidad a partir de una sola aproximación es una burla a la diáspora postmoderna. Es una burla que no exista intercambio o siquiera consideración de los avances en el estudio de una disciplina vecina a la propia. ¿Hasta cuándo mirar sólo hasta los límites de la propia sombra?

"Me gusta la geografía porque es una carrera humilde", dijo una vez una amiga. Probablemente también existan geógrafos ombliguistas. Pero este comentario me dejó pensando en la necesidad de romper con este complot de deificación de las carreras universitarias. En la importancia de abrir las áreas de estudio para disciplinas afines. En el deber de aventurarnos en áreas que no manejamos por formación, pero a las que bien les haría menor profundidad y una mayor diversidad de enfoques.

Por supuesto, esto implica volverse humilde. Entrar preguntando, tanteando terreno, empezar desde abajo como en cualquier oficio. Muchas veces, servir de vínculo. Pero es menester que, cuando el espacio se define como flujo, aumentemos la irrigación interdisciplinaria apuntando a la integración, a la vuelta a las preguntas macro que fueron el primer motor de cada parcela de conocimiento. Si se logró sistematizar el conocimiento al interior de cada terruño, por qué no apuntar ahora a uniones impensadas, al rizoma de facto.

Grande es mi admiración cuando encuentro sitios sobre teoría neuro-estética, estudios sobre el cuerpo cibernético, el surgimiento de la biohistoria o la historia contada desde los espacios -más allá de su teoría, que data de bastante tiempo atrás-. Aún echo de menos un rescate de la ciudadanía política más conjunto, en el que participe la filosofía, la lingüística, la historia, la biología, de mano con la arquitectura, la geografía, la sociología, la antropología y la psicología social.

Intercambio, intercambio. La vuelta a la primera globalización comercial, ahora desde las orillas académicas. Siempre será más fácil para las carreras humildes. Las menos mediáticas, las de menor peso político aparente. Las que no pretenden ser paradigmas absolutos de verdad. Pero desde esta pequeñez, el mayor favor que se pueda hacer a los cíclopes es infiltrarse, obsequiarse como un ojo y muchos ojos de otredad.

miércoles, junio 14, 2006

Ir y Venir


Resulta que me voy. En tres meses, estaré durmiendo en otra cama, mirando otras estrellas, comiendo otra comida. Lejos de este lugar que ahora es tan mío. Lejos de la que ahora es "mi gente".
Una amiga muy querida me dijo "Ya me parecía raro que hubieras estado tanto tiempo sin partir". Fue algo por el estilo, pero la idea era ésa. El punto es que su comentario me hizo recordar que alguna vez fui errante. Muy errante. A pesar de que los últimos años haya intentado de todas las formas posibles borrar mis disgregaciones espaciales por una necesidad imperiosa de pertenecer, de tener un mundo que no se venga abajo cada año. Porque cansa tener que volver a definirse cada vez, establecer nuevos registros, dejar tanta gente atrás.

A veces he pensado, qué ganas de haber vivido toda mi vida en el mismo lugar, rodeada de gente que me conozca desde siempre. Qué ganas de pasar una adolescencia buscándose entre gente conocida, en vez de tener que encontrarse en el anonimato de lo nuevo. Qué ganas de no haber dejado tanto en cada puerto.

Nada qué hacerle; mi forma de vivir el desarraigo inicial fue entrando de lleno al divorcio de lo propio. Todo por esa irreprimible necesidad de encontrarle suelo al vacío. Y, sin embargo, en la errancia que asumí a los 16 y que no paró hasta los 22, mi mayor aspiración en la vida era detener el huracán. Asentarse. Pasar de un año al otro sin que esto significara cambiar ciudad, carrera, gente, mundo.

Fue lindo. Es lindo pensar que hay gente de mi cotidianeidad a la que conozco hace cinco años y los he visto ininterrumpidamente. Todo un lujo. Pero como de toda crisis, de ésta salí haciendo lo que sé: buscando un nuevo horizonte, un "más allá" de posibilidades ilimitadas. Tabula rasa, muerte de la circunstancia. Comenzar de nuevo, tomar vida en una nueva forma, dialogar con una nueva ciudad.

Asumir la eterna parodia del errante, que busca liberarse pero arrastra consigo todas las tierras, todas las gentes, tanta, tanta historia. Ya van tres lugares en los que existo simultáneamente. Tres distancias que significan renuncia de self y nuevas adiciones. Nostalgias permanentes, retornos siempre relativos.


Punta Arenas, Magallanes más bien, es mi Abtao personal. Ni un paso puedo dar hacia delante sin volver primero ese paso hacia el principio. Las tardes largas, la ciudad conocida, los cielos, el abrigo, el ser completo. Las pampas, los perros, los amaneceres, la calma del Estrecho. Los caballos. Lejos, mi versión del Paraíso, con su noción de sur, la libertad del viento, la necesidad de ofrendarse a esa tierra como un fruto más de ese suelo y ese frío. Cuando era chica, irse de vacaciones al más benigno norte era el peor acto de traición y cualquier esfuerzo debía ser hecho para enmendarse y ser sur de nuevo. Con todos mis años de deserción, la nostalgia me sigue a donde vaya. Salir de este origen significó renunciar al arraigo y asumir la polaridad de la existencia, marcada por la tensión entre el deseo de pertenecer y la incapacidad de lograrlo.

A Nuevo México llegué por el destino. Nunca habría decidido ir al Oeste norteamericano; mi intención era sustraerme del Santiago al que había llegado en un tiempo que no era mío, y la única manera de hacerlo a los 17 era irme de intercambio. Con la suerte que fue por dos años y la expectación de no poder elegir mi destino. Imposible olvidar el momento en que el avión sobrevoló Albuquerque, antes de aterrizar. Abajo se veía una ciudad absolutamente plana y roja, en medio de una tierra plana y roja, que parecía la mitad del desierto. "Dónde me vine a meter". Lo que no sabía era que el colegio donde iba a vivir estaba en la muchísimo más verde y rural Montezuma, emplazado en medio de las Sangre de Cristo Mountains. Y en menos tiempo del que creí me congracié con esa tierra de contrastes, con sus desiertos y sobre todo, con sus bosques en el ocaso, Ponderosa Pines y Douglas Firs llenos de espíritus danzantes. En uno de ellos me autoproclamé navajo, una más en esta tierra antigua que vive recordando. La nieve sobre las casas de adobe, los osos y la vida en la mitad del bosque. Sebastian Canyon con la más increíble luna llena jamás vista, Storrie Lake y las excursiones a caballo. Nada como volver a la vida en tierras de frontera, en planicies tan familiares, en cielos desplegados hasta el mismo suelo.

Santiago. Llevo 8 años de Santiago en el cuerpo y ya puedo decir que quiero a esta ciudad que, pese a su nombre, es femenina en su acogida de cuenca. En ella todo existe, todo co-existe, entre sus pretensiones de gran metrópoli y su dejo de pueblo antiguo. En esta tensión inherente hay espacio para ser con todas las propias dualidades. Volví a Santiago decidida a conocer la ciudad. Mapa en mano, empecé de a poco a apropiarme de este espacio, a sentarme en sus veredas, a caminar su centro comiendo uvas, en compañía de las botas verdes. A mojarme en su lluvia, tan distinta a las del sur, a las tormentas de granizo del oeste. A enamorarme de su luz, dramática tras las nubes de lluvia, nueva en los cerros recién mojados del invierno, maravillosa en los atardeceres que recibo en mi ventana. Me acostumbré a extenderme en el verano tardío, a las alfombras otoñales de las calles, a la revelación de una cordillera nevada que se viene encima con su frío, a renacer en cada primavera. Amo esta ciudad. Me encanta lo visto y lo vivido. No podría aburrirme de ella porque nunca faltan ojos para verla de nuevo. Desde éste, mi hogar, extraño a veces mis hogares de antes. Pero ya los asumí como mi pasado. Ya puedo construirme desde este regazo.

A cruzar el charco, muy pronto. Cómo será la entrada en el Viejo Mundo para un ser tan americano. Ya se verá y espero, habrá mucho qué contar.

sábado, mayo 06, 2006

El Derecho a lo Privado


Me costó mucho empezar a tener celular. Nunca me gustó la idea de estar siempre disponible, de perder el derecho a borrarme del mundo cuando fuera un ser en tránsito, o quisiera salir a caminar, o quisiera estar sola. Además, los celulares son los principales culpables de las presencias mediocres. Al final nunca se está solamente donde se está, entre las llamadas y los mensajes de texto que reclaman a la persona a otro espacio.

Igual, terminé negociando entre la tecnología y mi natural tendencia al hermetismo y tuve celular. Cinco años después, lo sigo teniendo. Me impresiona el poder de este aparatito, que se transforma en reloj, agenda, bitácora social. Mensajes de voz, registro de llamadas, van dejando testimonio digital de todas las personas que pasan por él y forman parte de mi vida. El mundo social está delimitado por la capacidad del directorio del teléfono y a pesar de su reducida espacialidad, tiene un poder que raya casi en lo mágico. Confirmaciones, justificación de ausencias, felicitaciones, rupturas, distancias, todo pasa por el celular, extensión del ser en la esfera extra física de las comunicaciones, de forma que el lenguaje electrónico se entiende como sustituto de la palabra persona a persona.

Demasiado, o no? A mí me asusta. Pero, las tecnologías de comunicación nos aseguran mantener relaciones que la finitud del espacio físico no permite. Y hay que confesar que la tentación de estar comunicada con las personas que son parte de mi universo digital es grande, porque siento que me debo a la gente que quiero. Mi remanente de resistencia, por eso, ha debido focalizarse en los anónimos.

En esos casos, tanto por convicción como por el miedo paranoico a una exposición que no controlo, el teléfono suena y suena. Por mientras, me convenzo de la importancia de tener un poco de intimidad, un espacio en el día que no pueda ser atravesado por una urgencia. Y así se instala mi política de nunca contestar los números desconocidos.

Territorio Umbrío



El nombre de este espacio se lo debo a María Luisa Bombal, tremendísima escritora chilena.
De ella sabía lo justo y necesario, El Árbol y La Amortajada de rigor, del que heredé algún vislumbre adolescente sobre la fuerza de las mujeres de la Bombal, cierto magnetismo a la nostalgia y la angustia.

Y sería.


Hasta las Obras Completas y esta palabra, "umbrío", que se colaba en todos sus cuentos. Desde la ambigüedad de un término que se define por oposición, me encantó esta palabra que se cierra a la obviedad de lo evidente. "Umbrío" no es un lugar de sombras; es un lugar donde da poco el sol. Corre, así, un velo por sobre lo que nombra, enverdeciendo el misterio, invitando a un territorio de exploración en el que ya no se conoce lo que se ve, sino lo que se intuye. Y así, la entrada en este espacio implica dejar la antiséptica guarida intelectual y resituarse dentro de uno mismo. Ver desde donde todo nos toca y nos afecta.


La vida de la Bombal me sobrecoge. Un ser absolutamente intenso y apasionado, un genio de oficio prolijo en noches largas, que llevó encima la maldición de sentir que su obra fue fruto de la eterna correción, que siempre faltaba para lograr decir. Y sin embargo, "escribo porque es lo único que sé hacer". La genialidad trágica de no saberse genio, pero sentirse condenada a una vida de escritora maldita. Desamor, soledad, alcoholismo, pobreza. Con todo, la escritura siempre fue zona de revancha, de justicia existencial, de volver todo a su sitio: en lo umbrío, en ese territorio desconocido que trasunta la evidencia, ella se hace hermosa en su contemplación de las relaciones entre mujer y naturaleza. Ambas se buscan hasta consolidar una fusión arquetípica y salvaje en la que permanecen, para obsesión de los hombres de sus historias.

martes, marzo 28, 2006

Abtao

Nombre de confín para aquéllo que se gesta siempre desde su final



Nombrar es un acto de apoderamiento de la Idea, pensaba Platón. Acto a través del cual lo nombrado accede a nuestra realidad finita, múltiple y mortal. Nombrar es un acto. Yo nombro. Yo hago acaecer un nombre sobre un ser determinado. Ganar intimidad con el mundo, dice Humberto Giannini. Intimidad como conjunción, como posibilidad de contacto y conocimiento.

Antes del nombre, somos un territorio a merced de las siluetas que pasan y nos tocan, pero somos incapaces de aprehenderlas. Cuando nombro, en cambio, convoco presencia. Cuando nombro, desaparece la angustia, la ausencia de ser.

Un acto así de poderoso trae el mundo de vuelta al mundo. Dejamos los supuestos que regulan la existencia. Dejamos de operar en la base del desencuentro y la ausencia, dejamos de relacionarnos desde el olvido y la inconsistencia de un mundo que no es lo que es, sino lo que lo supongo.

Por qué ocuparse del lenguaje? Por qué priorizar las letras por sobre todo un mundo de procesos y coyunturas políticas, históricas, sociales, económicas que reclaman interés urgente hacia los esquemas que a partir de ellos se construye?

Porque el lenguaje es humanidad. Porque el acto de nombrar devuelve sustancia al ser. Porque la palabra es el acto creador por excelencia.

Parar el mundo. Parar el acontecer, bajar la mirada. Entrar al ser. Alertarse. Conocer desde lo que se es. Conocer el poder que subyace al uso negligente del lenguaje como instrumento.

Es imprescindible nombrar para recordar, para reencontrarse y reencontrar el mundo.
De ahí, también, la necesidad de una metafísica del lenguaje: la búsqueda de los poderes de la palabra. El recuerdo de la imperiosa necesidad de nombrar.

"Abtao". El fin de mundo. Palabra de frontera que se aferra a los lindes de lo concreto y y es en permanente tensión con su contraparte. Desde la superficie el concepto, desde el contacto con lo que no-es, el Abtao es un fin en perpetua progresión sobre sí mismo. He ahí la belleza de su nombre, lo que siempre se gesta desde su final, desde su lugar de máxima tensión con la otredad.

Constantemente reformulándose, recontando su historia, proyectándose sobre su centro con la plasticidad del diálogo con lo distinto, Abtao es el nombre con el que elijo caer hasta la más profunda entrada en el ser y en el nombre.