domingo, julio 09, 2006

Destejiendo

Abstract
(Maltrecho el ego por su herida de espera, se pasea inquieto sin saber lo que busca. La virtuosa Penélope despierta desde el ancestral imaginario y se planta enfrente. Con su des-tejido, con su convicción inmutable, concreta el vago malestar del ego herido en una verdad que atenta la egórbita: ser un “quedado” por razones que la razón desconoce).
A propósito de una ausencia importante en mi vida, por estos días el tema de la espera me ronda en todas partes.
Deber ser, verdad, prejuicio e ideal se entrelazan en este tejido, en el que ya he adquirido mi dosis de experticia. Experticia en la operación, porque el resultado en sí nunca ha sido muy satisfactorio. Afortunadamente, el tiempo no pasa en vano y algo de claridad voy ganando en cada repetición. La resistencia y la negación a mi papel penelopesco han quedado en el pasado y finalmente, he resuelto intentar entender este lado oscuro de la moneda; probarme estos zapatos que nunca quise. En palabras menos cómodas, ser de una vez la que se queda.

(Los idos versus los quedados
Camarón que se duerme se lo lleva la corriente
Este mundo es de los vivos.
El que pestañea pierde)

En este mundo, el "vivo" es el "ido"; y el "ido" es el exitoso. Todos queremos ser vivos y todos queremos ser exitosos; por ende, todos queremos ser "idos". Parte de nuestra educación social es inculcarnos un ego suficiente que nos permita ser ambiciosos, tener planes personales que nos impulsen a seguir un curso determinado de acción y decisión en nuestras vidas.
Lo difícil es cuando, por diversos motivos, este curso debe ser -o vale la pena ser- alterado.

Como típica hija de familias inmigrantes, fui educada en el típico colegio heredero de una larga tradición extranjera en cuanto a disciplina, éxito y paridad de géneros. Una educación cuyo corolario es priorizarse siempre sobre el resto, amparándose en el supuesto de que el mayor favor que se puede hacer al mundo es explotar nuestro valioso potencial personal de pequeños einsteins, borges, mozarts y van goghs.
Como buen producto de mi sistema, sigo este credo por defecto -a mucha deshonra-, tendiendo naturalmente a priorizar la consecución de logros y a pensarme como un ser con su propia órbita.
Dentro de esta concepción, la bachelorette independiente, desligada y profesional en sus afectos siempre será más deseable que la clásica Penélope. Es por eso que la sola referencia a mi situación de espera provoca la alerta de todos los sensores de ambición colocados estratégicamente a lo largo de mi construcción de ser.
Según La Odisea de Homero, Penélope esperó durante diez años el regreso de su esposo Ulises. Al verla sin compañero, diversos pretendientes comenzaron a frecuentar su casa, atraídos tanto por su fortuna como por su belleza, en la esperanza de que escogiera a alguno de ellos como nuevo esposo. Con habilidad y sutileza, Penélope postergó la decisión, convencida de que Ulises volvería, prometiendo que tomaría una decisión cuando terminase de tejer el sudario que confeccionaba para el anciano padre de Ulises, Laertes. Cada noche, sin embargo, desarmaba el trabajo del día para retomarlo al día siguiente, de manera que nunca terminaba de tejer.
De buenas a primeras, la imagen de Penélope no resulta la comparación más satisfactoria para una mujer, considerando todos los esfuerzos del patético ego por proyectar una imagen cool de control y cortés desprendimiento de todo lo que no sea El Cultivo del Potencial Personal.
Pero Penélope es justamente reaccionaria por erradicar el halo de ausencia que rodea todas las relaciones que orbitan el egocentrismo. Y lo hace de la forma más difícil: comprometiéndose en la espera.
Para los que jamás lo hayan experimentado, no hay nada más vulnerable que comprometerse en la espera; que decidir destinar aguas propias a la concreción de un cauce más grande sin sujeción a reciprocidades.
Penélope, sin embargo, es capaz de ver más allá de su ego maltrecho, conociendo el deseo profundo de su corazón y manteniéndose fiel a su verdad, a pesar de lo que dijeran a su alrededor y a pesar de lo que le dictaba el sentido común. Diez años habían pasado desde el comienzo de la guerra, muchos habían vuelto ya y se reclamaba un sucesor que administrara las riquezas de Ulises, despilfarradas hasta entonces por pretendientes oportunistas. Abstraída del deber ser dictaminado por sus propias expectativas, Penélope esperaba al hombre que amaba porque comprendía que su realización no venía dada por la lealtad a la idea, sino a las verdades que subyacían a su ser.
Más que la eterna tejedora, Penélope es la eterna des-tejedora, representando el relato que se desenreda y vuelve a la fuente original que lo genera. No importa su creciente destreza en el hacer, ni la perfección de la obra realizada cada día, porque su tejido es importante sólo en tanto se desarma: cada noche, el des-tejido le permite volver sobre el tiempo que la separa de Ulises y, desde esta presencia convocada, renueva su convicción de amor por el "ido".
Así, Penélope se regala a la causa de su corazón, sin temer que su cauce se vea comprometido (entendiendo "compromiso" como daño o aflicción) por estar comprometida (entendiendo "compromiso" como vínculo que implica responsabilidad). Porque comprometerse es justamente eso: permitir ser tocado por un otro, generando vínculos de entrada al propio ser que implican, indefectiblemente, volverse vulnerable.

miércoles, julio 05, 2006

Los Mesías Ilustrados

No hice más que entrar a Historia y comenzar a escucharlo: somos los privilegiados, los vínculos entre el pasado y el presente, los que sabemos de dónde venimos para saber a dónde vamos.
Como tantas otras carreras relacionadas con el hombre y la sociedad, la disciplina histórica se funda en el compromiso social.

Tras la breve etapa de sentir que la elección de carrera no fue sólo un acierto profesional, sino de vida, de sentido y de enfoque, los egos comienzan lentamente a enfriarse cuando se mira alrededor y se nota que todas las carreras imparten el subliminal ramo de deificación de la profesión enseñada.

Sólo en mi área, pienso en los historiadores, que constantemente se vindican como los periodistas del contenido profundo y se llenan de pretensiones de verdad en su calidad de directos interrogadores del pasado; la eterna división entre historiadores del arte y estetas; entre estetas y críticos; en la soberanía de los arquitectos sobre los temas de ciudad y los estudios urbanos.

El considerar una profesión como indispensable pasa por una ingenuidad narcisa que denuncia el localismo extremo en que se funda la mayoría de los estudios universitarios. La ilusión de explicarse o estructurar la realidad a partir de una sola aproximación es una burla a la diáspora postmoderna. Es una burla que no exista intercambio o siquiera consideración de los avances en el estudio de una disciplina vecina a la propia. ¿Hasta cuándo mirar sólo hasta los límites de la propia sombra?

"Me gusta la geografía porque es una carrera humilde", dijo una vez una amiga. Probablemente también existan geógrafos ombliguistas. Pero este comentario me dejó pensando en la necesidad de romper con este complot de deificación de las carreras universitarias. En la importancia de abrir las áreas de estudio para disciplinas afines. En el deber de aventurarnos en áreas que no manejamos por formación, pero a las que bien les haría menor profundidad y una mayor diversidad de enfoques.

Por supuesto, esto implica volverse humilde. Entrar preguntando, tanteando terreno, empezar desde abajo como en cualquier oficio. Muchas veces, servir de vínculo. Pero es menester que, cuando el espacio se define como flujo, aumentemos la irrigación interdisciplinaria apuntando a la integración, a la vuelta a las preguntas macro que fueron el primer motor de cada parcela de conocimiento. Si se logró sistematizar el conocimiento al interior de cada terruño, por qué no apuntar ahora a uniones impensadas, al rizoma de facto.

Grande es mi admiración cuando encuentro sitios sobre teoría neuro-estética, estudios sobre el cuerpo cibernético, el surgimiento de la biohistoria o la historia contada desde los espacios -más allá de su teoría, que data de bastante tiempo atrás-. Aún echo de menos un rescate de la ciudadanía política más conjunto, en el que participe la filosofía, la lingüística, la historia, la biología, de mano con la arquitectura, la geografía, la sociología, la antropología y la psicología social.

Intercambio, intercambio. La vuelta a la primera globalización comercial, ahora desde las orillas académicas. Siempre será más fácil para las carreras humildes. Las menos mediáticas, las de menor peso político aparente. Las que no pretenden ser paradigmas absolutos de verdad. Pero desde esta pequeñez, el mayor favor que se pueda hacer a los cíclopes es infiltrarse, obsequiarse como un ojo y muchos ojos de otredad.