Abstract
(Maltrecho el ego por su herida de espera, se pasea inquieto sin saber lo que busca. La virtuosa Penélope despierta desde el ancestral imaginario y se planta enfrente. Con su des-tejido, con su convicción inmutable, concreta el vago malestar del ego herido en una verdad que atenta la egórbita: ser un “quedado” por razones que la razón desconoce).
A propósito de una ausencia importante en mi vida, por estos días el tema de la espera me ronda en todas partes.
Deber ser, verdad, prejuicio e ideal se entrelazan en este tejido, en el que ya he adquirido mi dosis de experticia. Experticia en la operación, porque el resultado en sí nunca ha sido muy satisfactorio. Afortunadamente, el tiempo no pasa en vano y algo de claridad voy ganando en cada repetición. La resistencia y la negación a mi papel penelopesco han quedado en el pasado y finalmente, he resuelto intentar entender este lado oscuro de la moneda; probarme estos zapatos que nunca quise. En palabras menos cómodas, ser de una vez la que se queda.
(Los idos versus los quedados
Camarón que se duerme se lo lleva la corriente
Este mundo es de los vivos.
El que pestañea pierde)
Deber ser, verdad, prejuicio e ideal se entrelazan en este tejido, en el que ya he adquirido mi dosis de experticia. Experticia en la operación, porque el resultado en sí nunca ha sido muy satisfactorio. Afortunadamente, el tiempo no pasa en vano y algo de claridad voy ganando en cada repetición. La resistencia y la negación a mi papel penelopesco han quedado en el pasado y finalmente, he resuelto intentar entender este lado oscuro de la moneda; probarme estos zapatos que nunca quise. En palabras menos cómodas, ser de una vez la que se queda.
(Los idos versus los quedados
Camarón que se duerme se lo lleva la corriente
Este mundo es de los vivos.
El que pestañea pierde)
En este mundo, el "vivo" es el "ido"; y el "ido" es el exitoso. Todos queremos ser vivos y todos queremos ser exitosos; por ende, todos queremos ser "idos". Parte de nuestra educación social es inculcarnos un ego suficiente que nos permita ser ambiciosos, tener planes personales que nos impulsen a seguir un curso determinado de acción y decisión en nuestras vidas.
Lo difícil es cuando, por diversos motivos, este curso debe ser -o vale la pena ser- alterado.
Como típica hija de familias inmigrantes, fui educada en el típico colegio heredero de una larga tradición extranjera en cuanto a disciplina, éxito y paridad de géneros. Una educación cuyo corolario es priorizarse siempre sobre el resto, amparándose en el supuesto de que el mayor favor que se puede hacer al mundo es explotar nuestro valioso potencial personal de pequeños einsteins, borges, mozarts y van goghs.
Como buen producto de mi sistema, sigo este credo por defecto -a mucha deshonra-, tendiendo naturalmente a priorizar la consecución de logros y a pensarme como un ser con su propia órbita.
Dentro de esta concepción, la bachelorette independiente, desligada y profesional en sus afectos siempre será más deseable que la clásica Penélope. Es por eso que la sola referencia a mi situación de espera provoca la alerta de todos los sensores de ambición colocados estratégicamente a lo largo de mi construcción de ser.
Según La Odisea de Homero, Penélope esperó durante diez años el regreso de su esposo Ulises. Al verla sin compañero, diversos pretendientes comenzaron a frecuentar su casa, atraídos tanto por su fortuna como por su belleza, en la esperanza de que escogiera a alguno de ellos como nuevo esposo. Con habilidad y sutileza, Penélope postergó la decisión, convencida de que Ulises volvería, prometiendo que tomaría una decisión cuando terminase de tejer el sudario que confeccionaba para el anciano padre de Ulises, Laertes. Cada noche, sin embargo, desarmaba el trabajo del día para retomarlo al día siguiente, de manera que nunca terminaba de tejer.
De buenas a primeras, la imagen de Penélope no resulta la comparación más satisfactoria para una mujer, considerando todos los esfuerzos del patético ego por proyectar una imagen cool de control y cortés desprendimiento de todo lo que no sea El Cultivo del Potencial Personal.
Pero Penélope es justamente reaccionaria por erradicar el halo de ausencia que rodea todas las relaciones que orbitan el egocentrismo. Y lo hace de la forma más difícil: comprometiéndose en la espera.
Para los que jamás lo hayan experimentado, no hay nada más vulnerable que comprometerse en la espera; que decidir destinar aguas propias a la concreción de un cauce más grande sin sujeción a reciprocidades.
Penélope, sin embargo, es capaz de ver más allá de su ego maltrecho, conociendo el deseo profundo de su corazón y manteniéndose fiel a su verdad, a pesar de lo que dijeran a su alrededor y a pesar de lo que le dictaba el sentido común. Diez años habían pasado desde el comienzo de la guerra, muchos habían vuelto ya y se reclamaba un sucesor que administrara las riquezas de Ulises, despilfarradas hasta entonces por pretendientes oportunistas. Abstraída del deber ser dictaminado por sus propias expectativas, Penélope esperaba al hombre que amaba porque comprendía que su realización no venía dada por la lealtad a la idea, sino a las verdades que subyacían a su ser.
Más que la eterna tejedora, Penélope es la eterna des-tejedora, representando el relato que se desenreda y vuelve a la fuente original que lo genera. No importa su creciente destreza en el hacer, ni la perfección de la obra realizada cada día, porque su tejido es importante sólo en tanto se desarma: cada noche, el des-tejido le permite volver sobre el tiempo que la separa de Ulises y, desde esta presencia convocada, renueva su convicción de amor por el "ido".
Así, Penélope se regala a la causa de su corazón, sin temer que su cauce se vea comprometido (entendiendo "compromiso" como daño o aflicción) por estar comprometida (entendiendo "compromiso" como vínculo que implica responsabilidad). Porque comprometerse es justamente eso: permitir ser tocado por un otro, generando vínculos de entrada al propio ser que implican, indefectiblemente, volverse vulnerable.
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