martes, marzo 28, 2006

Abtao

Nombre de confín para aquéllo que se gesta siempre desde su final



Nombrar es un acto de apoderamiento de la Idea, pensaba Platón. Acto a través del cual lo nombrado accede a nuestra realidad finita, múltiple y mortal. Nombrar es un acto. Yo nombro. Yo hago acaecer un nombre sobre un ser determinado. Ganar intimidad con el mundo, dice Humberto Giannini. Intimidad como conjunción, como posibilidad de contacto y conocimiento.

Antes del nombre, somos un territorio a merced de las siluetas que pasan y nos tocan, pero somos incapaces de aprehenderlas. Cuando nombro, en cambio, convoco presencia. Cuando nombro, desaparece la angustia, la ausencia de ser.

Un acto así de poderoso trae el mundo de vuelta al mundo. Dejamos los supuestos que regulan la existencia. Dejamos de operar en la base del desencuentro y la ausencia, dejamos de relacionarnos desde el olvido y la inconsistencia de un mundo que no es lo que es, sino lo que lo supongo.

Por qué ocuparse del lenguaje? Por qué priorizar las letras por sobre todo un mundo de procesos y coyunturas políticas, históricas, sociales, económicas que reclaman interés urgente hacia los esquemas que a partir de ellos se construye?

Porque el lenguaje es humanidad. Porque el acto de nombrar devuelve sustancia al ser. Porque la palabra es el acto creador por excelencia.

Parar el mundo. Parar el acontecer, bajar la mirada. Entrar al ser. Alertarse. Conocer desde lo que se es. Conocer el poder que subyace al uso negligente del lenguaje como instrumento.

Es imprescindible nombrar para recordar, para reencontrarse y reencontrar el mundo.
De ahí, también, la necesidad de una metafísica del lenguaje: la búsqueda de los poderes de la palabra. El recuerdo de la imperiosa necesidad de nombrar.

"Abtao". El fin de mundo. Palabra de frontera que se aferra a los lindes de lo concreto y y es en permanente tensión con su contraparte. Desde la superficie el concepto, desde el contacto con lo que no-es, el Abtao es un fin en perpetua progresión sobre sí mismo. He ahí la belleza de su nombre, lo que siempre se gesta desde su final, desde su lugar de máxima tensión con la otredad.

Constantemente reformulándose, recontando su historia, proyectándose sobre su centro con la plasticidad del diálogo con lo distinto, Abtao es el nombre con el que elijo caer hasta la más profunda entrada en el ser y en el nombre.