miércoles, mayo 28, 2008

No es el otoño, el embarazo, ni la cercanía a la treintena. Pero de pronto siento la urgencia de retomar nuestras citas compulsivas por distintos lugares de Santiago. A media tarde, siempre en calidad de fugitivos y sustraídos de obligaciones varias.

Me asalta el olor del único capuchino dulce que conozco en Santiago (cuántos años sin probarlo!), unos cuantos museos sombríos y conocidos por nadie, un parque verde donde pegue el sol y se pueda ver la cordillera recién nevada. Nada como un monasterio para respirar el aire frío después de la lluvia. Por qué no un paseo por veredas reposadas?

Afuera esperan tantas cosas, tanto frío para las narices, tortas y queques tentadores, bufandas de colores abrazadas al cuello. La vuelta a la vida de un café penetrante y la tibieza propia de las caminatas (lejos la mejor forma de calefacción).

A esta hora, la tarde ya se acaba. Estrategias de abducción fallidas, nos contentamos con la esperanza cifrada en el próximo día y su promesa de media tarde, totalidad creciente y generosa que sepa dar cabida a todas las estaciones de nuestro paseo.

Ésta es mi condición: sólo bajo esta noción de futuro cerraré los ojos esta noche y despertaré todavía mañana.