domingo, febrero 25, 2007

Cuando Comer es un Acto Político (y más)

Ya van meses de compras semanales y un asunto que me ronda desde el comienzo. Y es que la comida parece estar sometida a una gradación ecológica, moral e incluso extra terrenal, con las correspondientes incidencias en el precio de lo que se compra.

Vas al supermercado y quieres comprar limones. Hay limones normales, limones orgánicos y limones fairtrade. Quieres comprar huevos. Nuevamente, están los normales, los “free range” y los orgánicos. Incluso el chocolate, el café y el té pueden ser orgánicos, fairtrade o biodinámicos.

Para entender un poco más estos conceptos: la calidad de “orgánico” para un producto vegetal viene dada por el cumplimiento de ciertos estándares de cultivo. Significa, entre otras cosas, que no se utilizó pesticidas convencionales, ni fertilizantes artificiales y que estas frutas y verduras no fueron sometidas a radiación iónica para demorar su descomposición.

La forma de cultivo orgánica se inspira en la organización de los ecosistemas naturales. Por ello, se vale de insectos para combatir las pestes, de plantas y microorganismos para enriquecer el suelo, de árboles para proteger los cultivos y generar microclimas idóneos, e incluso de animales. En el caso de las comidas de origen animal, la producción orgánica no es tratada con antibióticos ni con hormonas para acelerar su crecimiento, ni son genéticamente modificadas.

Ya esta primera división plantea un dilema. No sólo si estoy dispuesta a pagar más por comer más sano, sino también si estoy dispuesta a comer incertidumbre. La oferta de un producto orgánico no significa solamente la garantía de ciertas condiciones de producción y la no utilización de productos que han probado ser perjudiciales para los seres humanos, sino que también nos hace desconfiar del producto no orgánico cuyos antecedentes no se nombran. El silencio respecto a la manera y el lugar de cultivo del limón barato lo vuelve sospechoso. Qué pesticidas habrán sido utilizados? Qué tan cerca de las casas donde hay niños? Por qué es más duro, más paliducho, de cáscara más gruesa que un limón orgánico? Etc., etc., etc.

“Fair trade” va un paso más allá, haciendo de la elección del producto que va a alimentarnos una decisión no sólo individual –relativa a nuestra salud-, sino también social y política. “Fair trade” es un movimiento social organizado que señala un estándar de cuidado ambiental en la producción y de protección a los pequeños productores de países en desarrollo que exportan a países desarrollados.

Su sello acredita que el producto fue comprado a un precio justo a productores que, en otras circunstancias, probablemente habrían quedado marginados del intercambio internacional. Junto con incorporarlos a las redes globales de intercambio, se busca que éstos logren organizarse para poder asumir un papel cada vez menos asistido en las relaciones comerciales.

Nuevamente, el hecho de que las implicancias de nuestra elección trasciendan el propósito de lo que compramos es sumamente interesante. No sólo estoy comprando un limón rico y jugoso para mi ensalada. La brecha en precio que separa al limón sospechoso de mi limón fairtrade me lleva de ser un simple consumidor a ser un filántropo, un ciudadano de la aldea global, un militante de la causa de la globalización democrática. Mi compra de verduras es una instancia de reafirmación de mis ideales. O quizás, la única instancia en la que los afirmo. Qué tan bien me hace sentir conmigo misma comprar un limón fairtrade? Cuánto reafirma mi autoconcepto el sentirme socialmente más consciente? Es legítimo que unos cuantos pesos más tengan un efecto tan tranquilizador en mi conciencia?...

Por último, el biodinamismo, concebido en los 1920’s por el multifacético Rudolf Steiner, busca el equilibrio de los procesos del suelo, los cultivos, los animales del ecosistema y los ciclos cósmicos. Sus granjas autosustentables trabajan con las energías que crean y mantienen la vida, valiéndose del ciclo lunar para saber cuándo plantar y cuándo cosechar. La rotación de cultivos, la combinación de éstos y el constante enriquecimiento del suelo a través de humus estabilizado son también parte de las rutinas biodinámicas.

Esta última alternativa, particularmente popular entre quienes han optado por una vida de reintegración de espíritu, razón y cuerpo, se conoce por el sello Demeter y representa una filosofía de vida. Una implacable predilección por lo que señale una vuelta a comportamientos más solidarios con la tierra y los seres humanos viene de la mano con la noción de que la Tierra se encuentra dentro de un sistema de interrelaciones cósmicas.

Más que tomar una posición respecto a estas nuevas dimensiones de la compra semanal, me impresionan las implicancias que estos estándares –orgánico, fairtrade, biodinamismo- dan al acto de elegir lo que vamos a llevarnos a la boca.

Por una parte, el acto más básico del ser humano se complejiza y se concibe desde la sofisticación del hombre (aún) moderno, confiriéndole a la selección del alimento la dimensión ideológica de adscripción a la igualdad social (ya sea como parte de una consecuencia acérrima o bien como una errática forma de contribución a vagos ideales humanitarios).

Por otra parte, la preferencia por formas de producción y/o cultivo más coherentes con el medio ambiente y de menor impacto para éste habla del descontento del ciudadano postmoderno ante los vacíos del progreso, situación que mueve a replegarse tras las bambalinas del avasallador escenario contemporánero en la esperanza de formular un proyecto de humanidad alternativo.

En ambos casos, a través de estas elecciones parece hacerse más realidad que nunca el dicho “eres lo que comes”. O al menos, nunca hemos aspirado tanto a serlo como ahora.