Mi pobre perra tiene síndrome de abandono.
La quiero como a pocos seres vivos, pero poco le sirve para palear el fantasma de la familia discontinua.
Esta pelotita blanca llegó justo cuando comenzaron nuestros periódicos peregrinajes de uno a otro progenitor, y nos acompañó en la mayoría de nuestros viajes entre Punta Arenas y Santiago, y Santiago y Punta Arenas.
Tanto así, que los viajes impactaron su joven memoria canina y cada vez que había una maleta, bolso o mochila de viaje en la casa, ella insistía en dormir encima, o dentro, de poder ser. No importaba si era un bolso para ir por el fin de semana a la playa, o una maleta más nutrida para las vacaciones. Este dulce can luchaba por incluirse hasta el último instante, sin abandonar su estratégica posición hasta que el bolso comenzaba a moverse.
Qué fantasmas se habrían cultivado en aquella cabecita? Cuánto del imaginario familiar, de los miedos colectivos, habrían sido transmitidos a esta inocente mascota? Cuánto de las vivencias le habrían impresionado a su corta edad y cuánto proyectamos y curamos en nosotros al preocuparnos de no herir a esta sensible existencia con nuestras escapadas?
Suficiente tiempo ha pasado ya. Los peregrinajes ocurren sólo en honor a la nostalgia y cada vez más surgen otras instancias de viaje. Perritz ya está vieja y más cansada, y no alcanza a ponerse ansiosa ante la ausencia de algún espiral de la tríada. Pero, más allá de la calma que trae la vejez, pienso que hace tiempo ya sabe que está en casa.
martes, agosto 08, 2006
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