No llevo ni dos días aquí todavía y ya me bajan las nostalgias. Es cierto que uno nunca es más lo-que-es que cuando está entre los-que-no-son-lo-que-uno-es. No es ninguna gracia definirse por contraposición. Demasiado evidente… pero así es.
Nunca me he sentido más latina que ahora que no estoy en mi país (que no quiero entender como estructura político-administrativa sino como órgano cultural). Nuevo México fue distinto, porque había más latinos y nunca me faltó un cable que me llevara de vuelta a tierras más cálidas.
Nostalgia. El solo hecho de sentir nostalgia de lo propio tan pronto me latiniza. Nostalgia al entrar a una casa en la que nadie sale de sus piezas para presentarse a los nuevos, para conocerse. Nostalgia del contacto físico al que estamos acostumbrados, el beso de saludo, el abrazo entre los amigos, la mano empática en el hombro. El hacerse presente en el espacio físico del otro.
Se me viene a la memoria el triste testimonio de un hombre; puede haber sido el personaje de un libro. Decía que a veces atropellaba a la gente, o los empujaba, sólo por la necesidad de sentir un cuerpo contra el suyo. Y pienso en eso.
Sin contacto físico, las relaciones se vuelven etéreas. Todo es estructura, contención, no entrar ni verbal ni físicamente en el territorio del otro. Y claro, es sumamente correcto. Pero también sumamente aburrido.
El punto es que hoy me di cuenta de que no había tocado a nadie desde que estoy aquí y me bajó la paranoia, la necesidad de algún contacto físico que me bajara a la realidad de lo táctil, que me devolviera la certidumbre de la existencia. Regalo de la casualidad, cuando volvía caminando con mi compañera de casa hindú hoy en la tarde, me corrí para esquivar a otro caminante y choqué levemente contra ella.
Qué alivio más grande.
viernes, octubre 06, 2006
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