El nombre de este espacio se lo debo a María Luisa Bombal, tremendísima escritora chilena.
De ella sabía lo justo y necesario, El Árbol y La Amortajada de rigor, del que heredé algún vislumbre adolescente sobre la fuerza de las mujeres de la Bombal, cierto magnetismo a la nostalgia y la angustia.Y sería.
Hasta las Obras Completas y esta palabra, "umbrío", que se colaba en todos sus cuentos. Desde la ambigüedad de un término que se define por oposición, me encantó esta palabra que se cierra a la obviedad de lo evidente. "Umbrío" no es un lugar de sombras; es un lugar donde da poco el sol. Corre, así, un velo por sobre lo que nombra, enverdeciendo el misterio, invitando a un territorio de exploración en el que ya no se conoce lo que se ve, sino lo que se intuye. Y así, la entrada en este espacio implica dejar la antiséptica guarida intelectual y resituarse dentro de uno mismo. Ver desde donde todo nos toca y nos afecta.
La vida de la Bombal me sobrecoge. Un ser absolutamente intenso y apasionado, un genio de oficio prolijo en noches largas, que llevó encima la maldición de sentir que su obra fue fruto de la eterna correción, que siempre faltaba para lograr decir. Y sin embargo, "escribo porque es lo único que sé hacer". La genialidad trágica de no saberse genio, pero sentirse condenada a una vida de escritora maldita. Desamor, soledad, alcoholismo, pobreza. Con todo, la escritura siempre fue zona de revancha, de justicia existencial, de volver todo a su sitio: en lo umbrío, en ese territorio desconocido que trasunta la evidencia, ella se hace hermosa en su contemplación de las relaciones entre mujer y naturaleza. Ambas se buscan hasta consolidar una fusión arquetípica y salvaje en la que permanecen, para obsesión de los hombres de sus historias.
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