sábado, agosto 25, 2007

El reino suspendido

Tengo una araña.
(Esa manía de adoptar todo lo que cruce mi camino).

Mi araña y yo compartimos la misma ventana. Ella vive del lado del árbol. Yo vivo del lado de la escalera.
Nos conocimos por primera vez hace alrededor de una semana, cuando ella acababa de poner los anclajes para lo que sería su extenso hogar. Desde entonces, he sido testigo de todo el proceso de expansión, tejido en cuidadosos círculos concéntricos que ordena con su pata trasera derecha a medida que avanza.
(Teje hacia la izquierda. Supongo que eso la hace zurda).

La veo en este preciso momento en el corazón de su red terminada.
Veo también su anclaje más arriesgado, sujeto al marco de mi ventana y a una distancia de tres telarañas y media de la suya. Quisiera cortarlo sólo para ver cómo toda la resistencia de su red queda a merced de la brisa de la tarde. Sin la tensión que da ese anclaje, mi araña no podría caminar sobre su red. Luego de dejarse sacudir hacia uno y otro lado, probablemente entendería que su única solución es descolgarse hasta el marco inferior de la ventana y empezar a tejer una nueva morada.
(Cuánta energía perdería al producir tanto "hilo"? Terminaría por morir exhausta?)

Pero la verdad es que no es tanto su destrucción la que me ocupa. Es más bien su existencia.

Las arañas siempre juegan de locales. Dondequiera que vayan, ellas se procuran un hogar que les garantiza seguridad y alimento. Trabajan incansablemente hasta que saben que están a salvo. Que no se puede llegar a ellas excepto entrando al territorio que, más que un espacio, es un ente vigía que las alerta sobre la entrada de cualquier intruso.

Hay algo interesante en estas moradas colgantes, de resistencia sin par, y suficientemente dinámicas como para absorber los impactos exteriores sin perturbar la vida en su interior. Seis puntos externos de anclaje son necesarios para dar curso a una estructura que, a partir de entonces, se embarca en la ilusión de ser una realidad independiente, capaz de superar los embates de su medio sin comprometer su propio equilibrio.

Es posible dejar de admirar la estrategia con la que construye mi araña? La precisión con la que escoge sus anclajes, sabiendo que tienen la solidez suficiente como para poder sostenerla a ella y su obra? La elegancia y belleza de su trabajo es sólo fruto de la certeza de que éste se cimenta en lo permanente. Que su reino suspendido no es, a fin de cuentas, sólo un castillo en el aire.

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