lunes, agosto 13, 2007

Biblioteca de Babel

Érase una vez una biblioteca.
La gente se agolpaba frente a sus puertas cada mañana, las cuales se abrían a las 10 en punto.
Muchos entraban con café y cosas para comer.
Incluso un hombre sin hogar llevaba todos los días su hervidor y lo enchufaba en la sección de las microfichas.
Llegaba gente de todas las edades, e incluso gente con gente de todas las edades: niños, jóvenes, adultos, ancianos; viejos con guaguas, niños con adultos, jóvenes con jóvenes.
Llegaba gente por distintas razones: escapando de la lluvia, buscando un tranquilo lugar para la lectura, para ir al baño, para estudiar. Para usar los computadores.
Por lo mismo, se veían distintos tipos de persona: estudiantes preparando sus exámenes de inglés, universitarios sin verano, jubilados leyendo el diario, cesantes embarcados en algún proyecto literario, profesoras en perfeccionamiento, profesionales extranjeros buscando el reconocimiento de sus calificaciones en el bilingüismo.

Un día, sin embargo, Estudiante Sin Verano divisó algo distinto.

Una madre hindú, vestida de sarong, con su hijo.
Ambos frente a un computador.
La pantalla del computador mostraba un motor de búsqueda.
El motor de búsqueda era para encontrar esposa.

La búsqueda había arrojado tres resultados.
Las tres sonreían desde sus fotos.
La mamá decía: "Bueno, esto es", pensando que una de ellas sería su nuera.
El hijo pensaba: "Esto es lo mejor que es", fijando el instante en que había tenido tres mujeres.

Un llanto salido de un coche, las bibliotecarias siempre tan gorditas, la carraspera para callar al que mastica con tanto ruido. Un compungido hablando por teléfono entre los libros, la extranjera que se ríe a destajo y el solitario que trajo su almuerzo para comer en compañía. Las mesas dispuestas en torno al ventanal y al fin, las puertas abiertas hacia la plaza.

Suficiente Babel por un día.

1 comentario:

Anónimo dijo...

No cabe duda de lo que estás hablando...