Esta semana han pasado dos cosas inesperadas y afortunadas. De hecho, tan afortunadas que apenas me las creo todavía.
El domingo pasado andaba haciendo las compras de la semana cuando sonó mi celular. Como era número desconocido y nunca contesto los teléfonos desconocidos, lo puse en silencio y seguí absorta en las verduras. Pero el teléfono mudo igual vibra y el número desconocido llamó dos y tres veces más. Hasta que, a la cuarta, pensé que algo tan urgente debía ser atendido.
El llamador misterioso era Ben, un amigo de Australia que conocí en el UWC de Nuevo México, y al que he visto un par de veces cuando voy de visita a Londres, donde vive desde hace 7 años.
"Estás en Brighton?" -me preguntó. Apenas alcancé a responderle cuando me dice -"Perfecto. Corre a tu casa, ponte un vestido y ven a Glyndebourne con Alexa (su novia) y conmigo. Tenemos entradas para la ópera a las 4".
Resulta que mi amigo Ben es ahora un exitoso hombre de negocios. Parte de las bondades de su trabajo es el acceso a una vida cultural y social bastante glamorosa y por cierto, más allá de cualquier estándar de glamour de una eterna estudiante en un país tres veces más caro que el propio.
Mi primera reacción, naturalmente, fue decir "NO".
No tengo zapatos.
No estoy en condiciones de usar vestido.
No alcanzo a hacer todo lo que tengo que hacer.
Y además tengo que estudiar.
Pero... y si jugáramos esta patita con la fortuna?
La resolución fue dejar que el reloj fuera el juez de los eventos. Correría por los zapatos, de los zapatos a la ducha, de la ducha al vestido, del vestido al teléfono y del teléfono al taxi. Mal que mal, ésta era una oportunidad en la vida y como todo lo bueno, hay que saber recibirlo cuando viene.
Resultado: el tiempo fue justo, pese a un inesperado taco en el camino y un sistema de navegación incompatible con el amistoso hindú que me llevó. La ópera, maravillosa. El teatro, deslumbrante. La tarde, lejos una belleza. Campiña y tradición inglesa en su máxima expresión.
Mi semana siguió en relativa calma hasta ayer, que recibí una llamada de la oficina de vivienda de la universidad agradeciéndome mi participación en una encuesta y comunicándome que había ganado un premio en el sorteo, el cual podía retirar al día siguiente.
Por lo que hoy partí en la Chapulina a la oficina en busca de mi premio. A lo que doy mi nombre, me dicen: "felicitaciones, te ganaste un iPod".
Será posible tanta suerte? Ambas cosas, la ópera y el iPod, son cosas que por el momento estaban fuera de mis posibilidades. La ópera, porque mi mamá es usualmente la mecenas que me invita en Santiago. El iPod, porque los recursos son finitos y hay otras prioridades.
Las dos cosas, por lo tanto, estaban fuera de alcance y, sin causa ni motivo me fueron obsequiadas. Regalo de la vida, compensación por alguna oscura traición que aún ignoro, malcrianzas azarosas, justicia kármica?
Prefiero quedarme con la fortuna, como la niña del pelo de fuego en las Historias de Ninguno. Sin preguntas, disfrutando lo bueno sin sombra que lo empañe. Temo demasiado las contracaras del sentido.
viernes, junio 22, 2007
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
1 comentario:
Que bien!!! Feliz alegría de estar vivo...las alegrías ocurren cuando estamos abiertos a ellas, porque así tienen donde entrar. A veces nos negamos a ellas y es cuando se estancan, porque nosotros mismos las dejamos fuera, inconscientemente.
Abrámonos al goce de estar vivos y a la esperanza de ser felices, permitamos que el más misterioso acontecimiento se vuelva en nuestra alegría máxima. Alegría de estar vivos, alegría de ser quien somos, alegría de ser alguien y alguien con alegría.
Publicar un comentario