sábado, junio 30, 2007

Mirando por sobre el hombro

Parece que era más feliz antes.

No puedo sacarme esa sensación de encima. Si cierro los ojos y trato de imaginarme la felicidad, su aproximación más certera es el camino a las Torres escuchando Led Zeppelin. Mirando los cielos infinitos, con mi mochila esperándome atrás y la anticipación del retorno.

Nada que hacerle. Lo extraño con dolor, todo el tiempo. Quiero perderme dentro de ese Valle, permanecer para siempre donde todo el resto es prescindible.

Hay días en los que nos despertamos pensando en simple. No en lo que se debe y cómo se debe, ni con la compleja red de metas a largo plazo que justifican la postergación de nuestro bienestar inmediato. Hoy, por ejemplo, me acordé de la felicidad.

La verdad es que pocas veces visito la memoria. Prefiero que el presente me despierte de vez en cuando un sonido, un olor o un paisaje dormido en el recuerdo a mirar la vida bajo el lente del pasado.

Hoy, sin embargo, recibí noticias de esas amistades antiguas que se diluyen con los años. Una amiga de mis tiempos de novata en la universidad que me hizo recordar el ilimitado universo social, la facilidad con la que resultaban los planes y la despreocupación general con la que vivía la vida. Todo parecía tan lejano aún, la seriedad de los compromisos, la realidad laboral, el futuro con sus sílabas amenazantes. El mundo era efervescente, dinámico, discontinuo. Y bastante, bastante más luminoso.

Me gustaba esa felicidad de pájaro.
Me gustaba tener mochila, tiempo y compañía.

Hace un tiempo que he debido dejar mi mochila.
Ciertas noches, cada vez más seguido, empecé a despertar con el corazón acelerado y angustia de cuello y corbata. El mundo empezó a parecer una enorme maquinaria sincronizada por el latido del capital y mi burguesa humanidad resintió la marginación, por lo que resolvió una estrategia de incorporación esgrimiendo el conocimiento como moneda de cambio. Una compleja red psicoeconómica que me llevó a dejar el talismán nomádico de lado.

Ahora hay otras noches en que siento que ya no se puede más. Que es hora de ir a como dé lugar. No por esa felicidad ligera que se había quedado entrampada, sino por urgencia, por la íntima necesidad que me consume de volver a lo mío. A lo más, más amado.

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