lunes, mayo 28, 2007

El Oráculo

Estando una noche, años atrás, en la casa del Moncho en Baños Morales, mi disparatada compañera de aventuras me animó a arrimarme al vacío: “Ya po, pregúntale al Moncho. Te apuesto que él va a saber”.

Al Moncho lo habíamos conocido ese verano como arriero, aunque su verdadera profesión es ser vividor de la cordillera. Una vocación que lo sustrajo del trágico destino urbano de ir muriendo más rápido a cambio de pesos de más. Tanto él como su señora habían decidido vivir en Baños Morales y bajar sólo lo justo y necesario a Puente Alto, donde viven y han estudiado sus hijas.

A caballo, a pie, como montañista, arriero o habitante de este pueblito encajonado en la cordillera, el Moncho parece una leyenda moviéndose entre sus cerros. Artesano, constructor de la capilla de Baños y artista de su propio Tambo, es el personaje de las mil y una historias, que cuenta con la mirada en otra parte y las manos siempre ocupadas en la elaboración de algún nuevo artilugio.

Para mí, lo más cercano a un ídolo viviente. Sólo con reverencia era capaz de acercarme a él, de entrar en el santuario de su casa, un compendio de rincones ingeniosos en donde abundan fotos de cumbre, reliquias de montaña y paredes multicolores hechas con botellas y troncos diversos. Desde Santiago, en una calurosa tarde, habíamos llegado con cosas para un asado y mi pregunta para el Oráculo.

Lo cierto es que cualquier pesar se olvida camino a Baños Morales. Los colores de las laderas animan continuamente el paisaje, hasta que aparece el San José como una estampa, imponente como nunca cuando, pasada la hora del ocaso, la nieve destaca con la luz de la luna. Esa visión enamora.

La llegada fue a tientas, anunciada por los perros y seguida de los preparativos, siempre festivos. Más tarde, ya con el corazón contento, seguíamos cerca del fuego conversando una última copa, la paz y el aire límpido elevándonos sobre la cuenca gris de la que nos habíamos escapado. Y lancé la pregunta.

...

-“No te quiere”-. El Moncho encogió un poco los hombros como quien, simplemente, enuncia lo evidente.
El primer momento de las verdades rotundas es, por lo general, intolerable. Hay algo del primer palmazo que trae a la vida, un dolor que nos sacude la negación de encima. Cualquier fantasía autocomplaciente desaparece ante la inminencia de lo real: ya no estamos donde creíamos estar.

De ahí, solamente al mundo. Una inmensidad que sólo puede aprehenderse como pavor frente a lo sublime. Parte y contraparte, liberación y desolación. Mirando el fuego desde la penumbra, me despedí de las cándidas justificaciones que habían sostenido durante tanto tiempo mi relato.

Por supuesto, mi natural porfía haría de este duelo casi un rito. Pero nunca más hubo un oráculo tan mítico que lo anticipara.

2 comentarios:

Bárbara dijo...

Hola Ghis, me acuerdo mucho de ti, siempre... por favor regalanos una foto de ese lugar tan maravilloso del que hablas.

Siempre se le puede pedir al universo eso que sueñas... sólo hay que estar atento a las señales que indiquen el camino.

David dijo...

Hola Ghis.