No hice más que entrar a Historia y comenzar a escucharlo: somos los privilegiados, los vínculos entre el pasado y el presente, los que sabemos de dónde venimos para saber a dónde vamos.
Como tantas otras carreras relacionadas con el hombre y la sociedad, la disciplina histórica se funda en el compromiso social.
Tras la breve etapa de sentir que la elección de carrera no fue sólo un acierto profesional, sino de vida, de sentido y de enfoque, los egos comienzan lentamente a enfriarse cuando se mira alrededor y se nota que todas las carreras imparten el subliminal ramo de deificación de la profesión enseñada.
Sólo en mi área, pienso en los historiadores, que constantemente se vindican como los periodistas del contenido profundo y se llenan de pretensiones de verdad en su calidad de directos interrogadores del pasado; la eterna división entre historiadores del arte y estetas; entre estetas y críticos; en la soberanía de los arquitectos sobre los temas de ciudad y los estudios urbanos.
El considerar una profesión como indispensable pasa por una ingenuidad narcisa que denuncia el localismo extremo en que se funda la mayoría de los estudios universitarios. La ilusión de explicarse o estructurar la realidad a partir de una sola aproximación es una burla a la diáspora postmoderna. Es una burla que no exista intercambio o siquiera consideración de los avances en el estudio de una disciplina vecina a la propia. ¿Hasta cuándo mirar sólo hasta los límites de la propia sombra?
"Me gusta la geografía porque es una carrera humilde", dijo una vez una amiga. Probablemente también existan geógrafos ombliguistas. Pero este comentario me dejó pensando en la necesidad de romper con este complot de deificación de las carreras universitarias. En la importancia de abrir las áreas de estudio para disciplinas afines. En el deber de aventurarnos en áreas que no manejamos por formación, pero a las que bien les haría menor profundidad y una mayor diversidad de enfoques.
Por supuesto, esto implica volverse humilde. Entrar preguntando, tanteando terreno, empezar desde abajo como en cualquier oficio. Muchas veces, servir de vínculo. Pero es menester que, cuando el espacio se define como flujo, aumentemos la irrigación interdisciplinaria apuntando a la integración, a la vuelta a las preguntas macro que fueron el primer motor de cada parcela de conocimiento. Si se logró sistematizar el conocimiento al interior de cada terruño, por qué no apuntar ahora a uniones impensadas, al rizoma de facto.
Grande es mi admiración cuando encuentro sitios sobre teoría neuro-estética, estudios sobre el cuerpo cibernético, el surgimiento de la biohistoria o la historia contada desde los espacios -más allá de su teoría, que data de bastante tiempo atrás-. Aún echo de menos un rescate de la ciudadanía política más conjunto, en el que participe la filosofía, la lingüística, la historia, la biología, de mano con la arquitectura, la geografía, la sociología, la antropología y la psicología social.
Intercambio, intercambio. La vuelta a la primera globalización comercial, ahora desde las orillas académicas. Siempre será más fácil para las carreras humildes. Las menos mediáticas, las de menor peso político aparente. Las que no pretenden ser paradigmas absolutos de verdad. Pero desde esta pequeñez, el mayor favor que se pueda hacer a los cíclopes es infiltrarse, obsequiarse como un ojo y muchos ojos de otredad.
miércoles, julio 05, 2006
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1 comentario:
Hola G/r/is ;)
Q bueno q t hayas animado con el blog, hacía falta algo de lo tuyo en el ciberespacio.
Besos!
Jacinta
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