Es cierto, me fui de Punta Arena antes de que empezara y quizás ésa es la única razón por la que ahora puedo deleitarme en reflexiones indiscretas sobre los míos.
Una parte estuvo siempre ahí, en el acento cantado, los campeonatos de truco y cosas por el estilo. Sin embargo, mi generación fue siempre más leal a los clubes de colonia que al terruño simple y llano. Pero algo pasó en un lapso de años.
Atribuyámoslo a la circunstancia. Generaciones seguidas de hijos de estancieros que coyunturalmente fueron agrupados en un curso. Un cúmulo de veranos transcurridos entre la esquila y el baño, de señorito a macho, remataron en la existencia de estos hijos del dueño e hijos de la boina, a una vez poderosos y compinches de los trabajadores.
Un par de años, y los cortavientos chillones fueron reemplazados por camperas de jeans y chiporro, bombachos, barba hirsuta y esa mirada clara denunciando el ascendiente que ningún otro gesto traicionaba.
Los gauchos del revival generaron lazos potentes y ya en la capital, obedientes al requerimiento paterno de volver título en mano, se visitaban para terminar cada velada aullando la nostalgia de la tierra, contando los meses para el verano y el retorno a las formas añoradas.
Gauchos de internet y Facebook que han reactualizado el valor de las costumbres, tornando deseable el sabor del mate, el poncho austral, el buen asado en la tarde que nunca termina y que, fijo el corazón en ese horizonte, viven contados sus años pop antes de volver y reclamar la permanencia.
lunes, junio 30, 2008
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